Otra vez vuelvo a encontrarme con el tempo indígena, al igual que él famoso paso kogi que tanto analizamos en la sierra, aquí el tiempo no está medido por el andar sino por la forma en que se toman las decisiones. Aquí todo se concerta, ninguna decisión se toma desde un poder arbitrario, desde el niño de 13 años hasta el anciano más anciano tiene el derecho de participar, creo que en pocas partes del mundo se ve tan visiblemente un sistema cercano a la utopía democrática, debe ser por eso que Naciones Unidas aporta tantos recursos a esta causa. Ellos se han reunido dos veces a concertar entre todos que quieren del documental.
Esta mañana nos recibieron con una extraña bebida caliente, dicen que es una bebida energética. A los dos tragos una cierta embriaguez generó cierta placidez y rápidamente me concentre en la dinámica del trabajo de campo. Cuando pregunte por la receta todos se miraron, se rieron y nunca respondieron.
Hace unos minutos un aguilucho se poso sobre la copa de un pino, al pararse en él, el pino se tambaleo, el aguilucho pareció caerse, abrió las alas y las movía como danzando, lentamente fue encontrando él equilibrio. Anoche, mientras tomábamos chicha con el gobernador del cabildo, un indígena alto y de un vocabulario muy cercano al nuestro de nombre Nelson, muchas veces nos repitió que la naturaleza siempre nos está hablando, y que la lucha de su pueblo es el no perder ese dialogo con la naturaleza. Esto me ayuda a formular que todo el eje de tensión social gira en torno a la lucha por no desencantarse, la lucha por articularse con muchas de nuestras costumbres sin perder esa esencia que los hace paeces.
¿Qué los hace paeces? El Sueño. Para el indígena Páez, la vida radica en la posibilidad de soñar y hacer realidad sus sueños, pero no es el sueño representado en un beneficio propio, el sueño es la visión de futuro que tienen como comunidad, nunca de una manera individual, el sueño máximo es tierra para la gente, gente para la tierra, por eso su increíble respeto por la naturaleza. Me recuerda un ensayo de William Ospina en donde desarrolla esta idea, “nuestro problema no es que seamos materialistas, nuestro problema radica en que somos profundamente irrespetuosos de la materia”.
El aguilucho ha cogido su vuelo, sale imponente planeando entre el cañón que forman las montañas de esta zona del Cauca. Este cañón, en donde viven 26.000 indígenas, es una zona estratégica para todos los actores del conflicto, la fertilidad de sus tierras en donde florece la hoja sagrada de la inmortalidad, la hoja de coca; ser un corredor vial que comunica al Cauca con Tolima y con Huila; y ser parte del Macizo Colombiano, uno de los tesoros naturales más inquietantes del planeta, donde nacen los ríos que alimentan a todo el país y que tiene su desembocadura en Barranquilla, hacen de este lugar un punto de connotaciones geopolíticas. Afortunadamente, la zona vive un cierto grado de tranquilidad, los paeces han desarrollado una estrategia de paz por medio de la resistencia pacífica, un ejemplo de esto, hace unos meses secuestraron a tres de sus líderes y a dos policías, 500 indígenas caminaron hasta el campamento guerrillero y los rescataron, no hubo un disparo, los guerrilleros no pudieron hacer nada.
Hace unos minutos encontré a una indígena caminando junto al rio, divagaba, miraba el cielo, se devolvía, decidí acercarme un poco y vi que estaba hilando, otra vez me encuentro con la metáfora del hilaje como ritual, la mochila que está cociendo es el símbolo que representa el proceso que vamos a llevar a cabo en el documental. Tanto en las comunidades de la sierra y de la guajira, como en esta, el hilaje es el todo, todo está unido, nada es por sí solo, el hilaje es una metáfora del conocimiento, y la mochila es la más clara expresión de este pensamiento.
Para los paeces, el momento de hilar es un momento de armonía, de armonía entre el espíritu y la materia. La mochila de clara es blanca y tiene un mosaico de colores naranjas, azules y verdes, ya he preguntado bien el significado de cada color y prefieren no decirme nada, hay algunos temas y más que todo el orden simbólico, en donde necesitaremos más días. Me interesa vivir el ritual de mambeo de coca y los lavados en la laguna de Páez (ubicada en paramo, desde que conocí el paramo de letras ha aumentado mi curiosidad debido a que he empezado a asimilar su importancia como fuente hídrica, y cómo esto la convierte en un templo para los indígenas).
Acabo de entender algo importante, a pesar de que los paeces son un ejemplo de construcción de paz que los ha hecho merecedores a 4 premios (2 nacionales y 2 internacionales) y haber sido nominado al premio nobel de la paz, internamente están aumentando los niveles de violencia en la familia. Al parecer la estructura familiar está siendo franqueada por la llegada de las ideas de la liberación de la mujer, los hombre de la comunidad no están siendo preparados para asumir el cambio hacia una mujer que reclama nuevas rutinas. Los hombres no salen del asombro y responden mal a la nueva dinámica familiar. Un tema complejo en donde se reafirma que su eje de tensión es un choque de ideas entre tradición y modernidad, se me viene a la mente esa noche en que él negro placido en La Barra nos contaba como la llegada del televisor hizo que los de su comunidad no volvieran a salir a las fogatas al lado del mar en donde el único objetivo era reunirse y hacer música.
Esta tarde hicimos un recorrido único, nos adentramos en el fondo de la cultura Páez, en el carro de naciones unidas recorrimos los puntos principales de la comunidad, con cada kilometro que avanzamos el paisaje se fue volviendo más majestuoso, palmas de cera, ganado lechero, lagos de trucha, ríos enloquecidos, mujeres de ruana, ancianos con atuendos fotográficos, y de pronto, el prebosque de paramo, el verde cada vez más verde, y en cada parada, aguapanela, queso, tinto, gente humilde que sabe a que venimos y nos reciben con las puertas abiertas. He decidido todavía no fotografiarlos, necesitamos estar más cerca, no mostrar esa hambre de exotismo que tanto nos atrae.
En el carro vamos él que será nuestro equipo de producción. Fernando, indígena que levantó la mano el día que en la asamblea dijeron que la Unión Europea les donaba un carro, viajó a Cali, hizo un curso, y ahora es el que trae a los visitantes morbosos como nosotros, un bacan este man; junto a él va John, geógrafo, viajó aquí a hacer un estudio de paramos y no volvió a su tierra, lleva cuatro meses; Sandra, sicóloga y antropóloga, una mujer excepcional, ella es vital pal docu, su análisis de la comunidad es verdaderamente valioso, es una sorpresa, ya habrá tiempo de saber el chisme (todos los que se han quedado tienen alguna razón más allá de querer ayudar, esas razones me atraen porque definen a una persona); Alveiro, indígena encargado del cabildo económico ambiental, mientras viajamos nos cuenta la historia de cómo su pueblo ha ido recuperando las tierras que le pertenecen; atrás van dos guardias indígenas, no se sus nombres todavía, portan un bastón que los identifica, ese bastón es un simbolismo de paz que permite que la guerrilla no vaya a hacernos una cagada, que locura, esta guerra de miles de muertos, esta guerra de locos, aquí esta mediada por un bastón. Genial.
Estamos a dos horas de volver a bajar a Cali, acabamos de hacer un viaje de olores, los indígenas nos llevaron a sus huertas y nos hicieron cerrar los ojos, al pasar de las plantas miles de sensaciones, la oscuridad y un olor, limoncillo, albahaca, yerba buena, y un pocotón de olores que no pude identificar (uno viene al campo y no sabe es un culo de nada), a lo ultimo nos dieron una sin olor, todos reaccionamos y abrimos los ojos, es una mata de hoja de coca, su verde no es un verde común, la hoja de coca tiene un verde que brilla, el indígena nos dice que es un regalo para llevar a Cali, que le regalemos una hojita a cada ser querido y esa es una ofrenda de armonía, un amuleto de bienestar, un dialogo con la naturaleza.